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  • Francisco Marín L.

Entrevista a Tomás Brantmayer, compositor chileno.

Actualizado: 2 dic 2021

Nos reunimos con el joven compositor chileno Tomás Brantmayer, que pese a su corta edad ya es un nombre conocido entre los melómanos. Sus obras han sido interpretadas por diversas agrupaciones del país, y hace poco estuvo en el prestigioso Festival de Salzburgo en Austria. En esa histórica ciudad, y bajo la dirección del también chileno Luis Toro Araya, la Camerata Salzburg, bajo la dirección , interpretó su obra para orquesta “Canción de cuna para Fuegia Basket”. Al conversar acerca de sus ideas musicales y escuchar sus composiciones, nos damos cuenta que Brantmayer es un compositor moderno, que mira el futuro, pero sin dejar de observar lo que el pasado puede enseñarnos.

Con Tomás conversamos sobre el estado del arte musical en Chile y en el mundo. Además de sus influencias artísticas, el desarrollo de su música y sus búsquedas como creador.

Empecé en la música porque me gustaba cantar, al principio canciones que conocía y luego composiciones propias. El haber empezado a escribir canciones, es el momento de mi vida en que la composición entra como algo real. De hecho, si bien hoy como compositor me desempeño a través de la sinfonía, el cuarteto de cuerdas, etcétera; siento que todo se trata de una transmutación de lo que es hacer una canción. Mi hermano mayor había estudiado saxo en la Universidad Católica. A través de él empecé a conocer esta música que me parecía extraña y distinta; en festivales, conciertos de alumnos y actividades similares. También me influyó profudamente el asistir a una presentación de la Novena Sinfonía de Beethoven. Fue el descubrimiento de la orquesta sinfónica que es mi gran pasió como compositor. Cuando sucedió esto, debo haber tenido catorce o quince años, me impactó la orquesta, sus dimensiones, su épica, me preguntaba si todavía existía gente capaz de hacer música como esa hoy en día, o si la música orquestal se trataba de un arte y un conocimiento perdido. Lo anterior, despertó en mí una especie de llamado desde un lugar secreto, misterioso. Ese misterio me invitó a quedarme en él.

Además si bien me gustaba mucho la música, soy muy tímido y sufro sobre el escenario. Componer era una posibilidad de hacer música desde las sombras.

Años después, a través de la universidad, tuve un acercamiento a la música clásica de manera más formal.


¿Estudiaste interpretación antes?

Estudié guitarra un tiempo, pero la verdad es que era muy mal guitarrista. A pesar de que entré a estudiar interpretación, mi relación con a música fue siempre a través de un impulso creativo.


Se dice que los instrumentos deberían cantar, en términos de fraseo, legato, dinámica...


Totalmente de acuerdo con lo que dices. Por lo mismo, para mí escribir música es homologable a hacer una canción. Yo usualmente compongo a través del canto, las ideas se me vienen a la mente en la ducha, mientras voy en la micro... yo mismo las entono. Luego obviamente hay un proceso de elaboración a través del piano y la partitura, pero la médula, el corazón de la obra, nace a través del canto y cuando existe esa conexión, la música adquiere cierta naturalidad y cierta frescura que no tiene el puro trabajo teórico. Eso es algo también que me fascina de músicas como el canto gregoriano, o de algunas expresiones vocales folclóricas provenientes de diversas culturas. Al no haber pasado por el filtro de siglos de escritura musical gozan de una espontaneidad que no siempre se ve en la música actual.

Noto en tu obra que, si bien es moderna, mira también hacia el pasado. No sólo por las citas o referencias musicales de ciertas obras. Si no que también en la búsqueda de ciertos sonidos, los formato, entre otros aspectos. ¿Cómo te podrías definir en ese sentido? Sabiendo que el ser artista es un camino.


De alguna manera, cuando compongo tengo la aspiración de llevar al auditor a un lugar no explorado. Por otro lado para lograr que alguien te escuche, decir algo nuevo, tienes que establecer un canal de comunicación, y para eso es necesario remitirnos aunque sea parcialmente a los códigos que conocemos. Es como dice Zurita, tratar de decir con palabras de este mundo cosas que no son de este mundo, o como dice Bernstein, explotar la capacidad de la música de comunicar lo desconocido. Creo que es uno de los grandes desafíos del compositor en todas las épocas, ver hasta dónde se puede tensionar la cuerda, como transmitir algo nunca antes dicho y al mismo tiempo comunicar algo que tenga sentido para las personas. Quizás esa mirada al pasado es un esfuerzo por establecer un vínculo con los códigos que todos conocemos y comprendemos; permite la comunicación con el público, y eso para mí es crucial.

Hay grandes ejemplos de esto como la Gran Fuga de Beethoven. En el momento en que se escribió, la fuga era un procedimiento en desuso, pero al mismo tiempo fue una obra totalmente disruptiva y que hoy sigue plenamente vigente. O el caso de la ópera Wozzeck de Alban Berg, donde cada escena está escrita en un esquema formal de la tradición como la sonata o el rondó, y al mismo tiempo posee un lenguaje armónico atonal totalmente situado en la vanguardia de la época.

El otro día leía una frase que me encantó, no recuerdo de quién era, pero decía que la misión del arte es dar consuelo a los que sufren e incomodar a los conformes. Ambas cosas deben coexistir, es urgente conmovernos y sensibilizarnos, más aun en la sociedad actual que es mezquina y cruel en tantos sentidos.



También vislumbro un necesario incomodar en lo político.


Puede ser, pero a veces la incomodidad tiene que ver con aspectos formales o relativos a la factura de una obra, lo otro es más que nada una filosofía mía. Más allá de las características ténicas de lo que compongo, me gustaría que la persona que escuchara una obra mía saliera cambiada después del concierto. Es lo que me pasa a mí con las grandes obras. Al volver escuchar una Sexta de Tchaikovsky o una Novena de Beethoven, siento que hay algo en mí que cambió, me replanteo cosas, no importa cuánto haya escuchado esas obras, siempre despiertan inquietudes nuevas. Creo que eso no puedes lograrlo cuando la música no comunica, por más que tu música sea de gran sofisticación técnica, si no estás estableciendo puentes de relación con un otro, la música se vuelve estéril.

Veo además que has colaborado mucho con otros artistas chilenos como Helmuth Reichel, Francisco Huerta, Luis Toro. ¿Eso es algo que has conscientemente buscado o se ha ido dando solo?


En mi caso ha tenido que ver con algo circunstancial. Uno siempre quiere proyectarse internacionalmente, pero el vínculo con Chile me interesa. Soy de acá y, pese a que me importa el sentido de trascendencia de la música, le doy más importancia a cómo ésta se vincula con la realidad vigente. Cuando compongo tengo presente a la audiencia, mi familia, mis amigos, las personas que van al teatro e igualmente a las personas con que las que colaboro. Además me interesa explorar temáticas relativas al imaginario chileno y sudamericano, y naturalemente los músicos de acá a veces tienen una comprensión más global de esos asuntos. Con Francisco por ejemplo, hicimos “El país de sed” que es una obra que trabaja con el tema de la memoria y la dictadura. De alguna manera la profundidad que tiene este tema en la sociedad chilena fue algo que se expresó a través tanto del director como del solista y los músicos de la orquesta.

Cuéntanos de tu experiencia en Salzburgo, tus emociones al sentirte interpretado, la recepción del público, que en la transmisión en video se ve bien entusiasta.


Viví muchas cosas. La sensación de una victoria, que a su vez coexiste con la de derrota. Siempre hacer una obra es una labor exhaustiva emocionalmente, más allá del gran trabajo que implica la escritura misma. De alguna u otra forma se parece al fin de una relación amorosa o la ruptura de una amistad. Un estímulo, que se presenta junto a esa depresión post parto; la pregunta de ¿y qué hago ahora? Uno no puede quedarse detenido en un triunfo, debe ser un impulso para empezar algo nuevo.

El Festival de Salzburgo es un espacio histórico e igualmente lo es la ciudad, al ser la cuna de Mozart. Poder compartir el trabajo de uno en ese contexto es un sueño impagable, además de la gran experiencia que es trabajar con tan buenos músicos. Además el director Luis Toro Araya es un músico absolutamente excepcional. Tuvo una compresión integral de la partitura y logró comunicarla a la orquesta a través de una conexión profunda. Valoro mucho el trabajo y la generosidad de Luis de considerar mi obra, así como el hecho de poder colaborar con él también desde la amistad, eso me hizo feliz.

Podrías contarnos algo sobre tus proyectos futuros. ¿Algún estreno?

Estoy actualmente con mis energías tres proyectos: una obra para tres violas sobre música de Henry Purcell, la grabación de un disco con música para cuarteto de cuerdas y una obra sinfónica.

La primera obra, sobre música del compositor inglés, fue grabada en París hace un mes por el Trio Estatico y será publicada pronto a través de un concierto virtual.


El segundo proyecto, es un disco con música de mi autoría que será grabado por un nuevo cuarteto chileno, que pone énfasis en la música nacional: el "Cuarteto Vila". Estará conformado por dos obras, cada una escrita en cuatro movimientos, un cuarteto de cuerdas y un trío con piano. Será una grabación para el naciente sello Chileclásico que estará disponible en formato físico y a través de plataformas digitales.

El tercer proyecto es la comisión de una obra por parte de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Dresde, que dirige Helmuth Reichel Silva, y que se estrenará en julio del próximo año.



Ya que estamos en una web de ópera, ¿te gustaría componer una? si bien es una tarea demandante.

Me encantaría. Tengo muchas ideas sobre óperas y espero poder montar una algún día. Tienen que congeniarse algunas cosas, hoy estoy enfocado en terminar mi Magíster en Londres. No es fácil acceder a los medios y los espacios para producirse una obra lírica, pero creo que se puede. Ya lo han mostrado compositores como Miguel Farías, René Silva o Sebastián Errázuriz. Estoy seguro que un día haré una ópera, al menos una.




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