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  • Francisco Marín L.

Rossini Opera Festival


A principios del siglo XIX, la fama del compositor italiano Gioacchino Rossini traspasaba largamente las fronteras de su Pésaro natal. Era conocido y admirado en Europa y sus composiciones esperadas con impaciencia, no sólo por el público, si no que también por los artistas que se lucían interpretándolas. En lugares tan lejanos como nuestra Latinoamérica sirvió de inspiración a los compositores de entonces, músicos criollos que de a poco van saliendo de un injusto olvido. La música de Rossini bebía de la tradición, pero sus obras apuntaban hacia el futuro. Casi todo lo que escribió fue hecho para ser representado en escena. Su madre era una cantante de fama local y su padre un cornista que tocaba en improvisadas orquestas regionales. La popularidad del “tedeschino” o pequeño alemán, sobrenombre que daban a Rossini por tener a Mozart como inspirador, se mantuvo firme mientras vivía, pese a que en la segunda mitad de su vida escribió muy poca música y se mantuvo alejado de la exposición pública. Una nueva sensibilidad artística y la incursión del verismo a finales del siglo XIX, hizo caer en el olvido casi toda la producción del pesarense, a excepción de algunas pocas de sus obras bufas. A la más famosa de ellas, “El barbero de Sevilla”, se le introducían cambios, variaciones, cortes y agregados, según la sensibilidad, personalidad y tipo de voz de los intérpretes, así como de los requerimientos del público. Compositores posteriores a Rossini; Wagner, Verdi y Puccini; por mencionar a los más famosos, necesitaban de intérpretes que fueran capaces de declamar, de pronunciar con claridad e intención. Los alardes vocales, tan afines al arte de Rossini, dieron paso a una recitación más cercana a la voz hablada, al “recitar cantando” como decía Verdi. Pronunciar con claridad un texto, tal como un actor de teatro debiese hacer, a través de un canto de dicción clara y voces robustas que pudieran superar orquestas con mayor número de instrumentistas y de sonido más estridente.

Fue así como el arte de Rossini, salvo contadas ocasiones, pasó a ser un vehículo para mostrar alardes vocales de los artistas de turno. Quienes acometían su interpretación, no entendían su estilo, y a veces la dificultad vocal que proponía era insalvable a cantantes que estaban acostumbrados a otro tipo de canto. Luego de la Segunda Guerra Mundial, comenzó una lenta revisión de las creaciones belcantistas, período al que perteneció Rossini, y que se caracteriza por la búsqueda de la belleza vocal, la extensión de las posibilidades que dan las voces a través del legato, la expresión y el uso del virtuosismo. Para esto fueron fundamentales algunos cantantes, divos del momento que integraron a su repertorio óperas de ese período y que se afirmaron en los teatros debido a su indiscutida calidad.

En este contexto, cuando en los años 60, el musicólogo y director de orquesta Alberto Zedda dirigía “El Barbero de Sevilla” en Estados Unidos, un oboísta que tocaba bajo su batuta, se le acercó para quejarse sobre la forma de encarar cierto pasaje de la ópera. “O los tiempos son demasiado enérgicos o Rossini no sabía componer para mi instrumento”, fue la frase, que dicha sin mala intención, generó una revolución en el arte lírico. Ya que Zedda, a su regreso a Italia, pidió consultar los manuscritos originales de la obra que se conservaban en Pésaro. Se dio así cuenta de imprecisiones, no sólo en la sección de los oboes, si no que en toda la partitura. Imprecisiones debidas a errores de copistas y a cambios hechos a propósito, perpetuados por una tradición interpretativa que no conocía la sensibilidad de albores del siglo XIX.

Hecho este descubrimiento, Zedda se reunió con los responsables de Casa Ricordi, histórica editora de partituras, quienes le propusieron hacer una edición crítica de la obra. El maestro accedió y valiéndose de la preciosa ayuda de otros estudiosos, como Philip Gosset, revisaron no sólo los manuscritos originales, si no que también archivos de teatros y bibliotecas. Así determinaron cuáles eran los cambios aprobados por Rossini, cambios que se hacían para los estrenos en diferentes teatros y distintos intérpretes. Así también material relativo como cartas, críticas y diarios de la época que pudieran ser útiles. El fruto de este largo trabajo fue publicado en 1969.

Ese año, en el Festival de Salzburgo se llevó a escena “El barbero de Sevilla”, según esta nueva edición, en una producción del francés Jean Pierre Ponnelle, bajo la dirección musical de Claudio Abbado. Las representaciones significaron un éxito sin precedentes. Un redescubrimiento comparable, según nuestra opinión, al de la música de J. S. Bach, a través de la interpretación de la “Pasión según San Mateo”, realizada por Mendelssohn en 1829. Pocos meses después, siempre en 1969, la edición crítica de “El barbero de Sevilla” se presentó en el Teatro alla Scala en Milán. A una de esas representaciones lombardas asistió Gianfranco Mariotti, un abogado y melómano de una histórica familia de Pésaro, quien quedó impactado con la nueva lectura de una música que había escuchado innumerable veces, pero que ahora tomaba nuevo valor, el que se había perdido con el paso de los años.

De vuelta en su ciudad, Mariotti propuso a la alcaldía de Pésaro, realizar un festival en el que se presentarían todas las óperas de Rossini, con Alberto Zedda a la cabeza. Cada ópera sería estudiada, tal como se había hecho con “El barbero de Sevilla”, es decir tratando de ser lo más fiel posible a la partitura e intenciones del autor, sin por ser ello dejar de ser actuales en sus propuestas escénicas y musicológicas. La forma de llevarlo a cabo sorprende por su simpleza. La Fundación Rossini, ente histórico creado para preservar el legado que el compositor legó a su ciudad natal y estatalizada en época fascista, sería la encargada del estudio musicológico. Para dar valor y presentar el fruto de las investigaciones, se crearía el Rossini Opera Festival, que se encargaría de escenificar las óperas.

Recién en Agosto de 1980 “La Urraca ladrona”, ópera semiseria en dos actos, fue la obra encargada de inaugurar el Festival, que dentro de pocos años se transformaría en uno de los acontecimientos musicales más importantes del verano boreal y un referente en la interpretación de este repertorio. Junto con el Festival de Bayreuth en Alemania, son en ópera las principales manifestaciones artístico musicales dedicadas a un solo autor. Durante los 37 años de historia del Rossini Opera Festival, cada producción ha sido un acontecimiento. Participan artistas capaces de afrontar desafíos virtuosísticos que los ponen a prueba una y otra vez. Uno de los hitos más recordados fue la reposición de “Il viaggio a Reims” en 1984, bajo la dirección de Claudio Abbado, con algunos de los mejores cantantes de entonces. Esta ópera había sido estrenada para la coronación de Carlos X de Francia y cayó en el olvido rápidamente. Aunque parte de la música había sobrevivido al ser utilizada en “Le Comte Ory”, ópera que en vida de Rossini fue presentada en lugares tan distintos como Italia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Esta producción de "Il viaggio a Reims", marcó un antes y un después. Fue tal el éxito y la novedad de dicha partitura, que el público internacional comenzó a mirar con mayor interés lo que sucedía en esta pequeña localidad adriática.

Pese a que en Pésaro, ya han sido escenificadas todas las óperas de Rossini, el Festival sigue siendo un acontecimiento muy esperado por los apasionados en todo el mundo. Además, desde su conservatorio han salido muchos de los principales intérpretes del repertorio belcantista de la actualidad, quienes en su carrera no dejan de volver a la ciudad donde estudiaron. Así también, se ha encargado de catapultar a la fama a no pocos intérpretes, como el peruano Juan Diego Flórez, quien debutó ahí hace 20 años. En Agosto, sus calles reúnen a un público muy variado y de distintas nacionalidades, que además de disfrutar veladas musicales siempre muy comentadas, aprovecha las bondades que ofrece la ciudad: sus playas y colinas, variada gastronomía y peculiar arquitectura. Bondades que tomaron en cuenta Luciano Pavarotti y Juan Diego Flórez, cuando fijaron su residencia ahí comprando amplias casas con vista al mar.

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