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  • Francisco Marín L.

Desde la casa Muerta: Novela


Tal como el coronel ­Aureliano Buendía, el gran escritor ruso Fyodor Dostoievski se encontró frente a un pelotón de fusilamiento. Las revoluciones que en Europa se sucedían tuvieron su eco en la vasta Rusia imperial. Dostoievski, liberal y revolucionario, fue condenado a muerte por el Zar Nicolás I. ¿La razón? Pertenecer al Círculo Petrashevski, un grupo progresista de discusión literaria que se reunía en San Petersburgo. Los miembros, además de ser parte de acaloradas discusiones sobre filosofía y literatura occidental, se oponían a muchas de las políticas imperantes en aquella época. El zar no estaba dispuesto a rebajar un ápice su poder autocrático: debía erradicar cualquier cosa que tuviera un aire a revolución.

Por eso, el 22 de Diciembre de 1849 las armas estaban cargadas y el pelotón listo para recibir las órdenes. El ajusticiamiento se realizaría en grupos de a tres. Dostoievski era el cuarto, por lo que le tocaría ser acribillado en el segundo turno. Todo estaba listo: ojos vendados, armas apuntando, dientes apretados y un silencio invernal, sólo como en Rusia puede serlo.

El gélido silencio de muerte fue roto por una breve frase, seguramente ansiada por quienes, con los ojos cerrados, veían la muerte a la cara. Habían sido perdonados y, en el caso del escritor, su pena se había conmutado por cinco años de trabajos forzados en Siberia, en Omsk. El Zar había querido hacer una broma a quienes, según él, habían desafiado su autoridad. El Zar, un humorista incomprendido.

Estas dos experiencias –el fingido fusilamiento y los cincos años en Siberia– marcaron de por vida a Dostoievski. No podía ser de otra manera. En una carta a su hermano describía el lustro encerrado como el vivir en una tumba.

La fuente directa que tenemos para sentir y entender cómo esos cinco años marcaron el alma de Dostoievski es la novela “Recuerdos de la casa de los muertos”, inspirada en esa vida de pocas esperanzas, donde el tiempo parece no pasar, y en la que lo trascendental es insignificante y lo insignificante puede ser trascendental.

Alejandro Petróvich es la personalidad ficticia de la que se vale el escritor ruso para plasmar sus experiencias, las sutilezas psicológicas y la profundidad de su mirada. A través de la descripción de algunos sucesos y cómo éstos afectan la convivencia, descubrimos que la queja principal del protagonista –y por lo tanto, también del autor– es la imposibilidad de ser parte de ese mundo. Estar ahí, pero ser mirado como otro, pese al respeto que termina inspirando. Ser visto como uno que nunca podrá entender qué es lo que pasa ahí, por venir de otro lugar. Un “otro” por ser noble y por ser educado, por saber leer y tener dinero.

Para cualquiera que conozca la felicidad de leer, es conmovedor el momento en que Petróvich describe su emoción al volver a tener entre sus manos –luego de varios años– un papel impreso que no sea la Biblia. Una lectura nueva y que le trae alguna brisa de libertad.

“Recuerdos de la casa de los muertos” es, como todas las grandes novelas del escritor ruso, un gran fresco al estilo de los de Miguel Ángel: la vista completa –el todo– y cada detalle son de una riqueza apasionante y cautivadora. La trama se puede enmarcar en un gran cuadro de miserias, acciones y relaciones humanas, en la que los personajes se mueven. Como niños, se muestran desnudos en sus emociones e intenciones. Lo que hace el otro afecta; somos así todos responsables de lo que le sucede al prójimo. Siguiendo con la alegoría, mirar el fresco como un todo, nos lleva la piedad o conmiseración, es decir sufrir (en la doble acepción del término; es decir, un dolor físico y moral) empáticamente el dolor es una característica que nos acerca a lo mejor de nosotros, pero es también una carga difícil de sobrellevar.

Al igual que una persona que visita periódicamente la Capilla Sixtina para descubrir cada vez detalles nuevos (un personaje al que no se le había prestado importancia, una historia que se le había escapado, una mirada significativa…) los libros de Dostoievski, desde hace años, los leemos y releemos, encontrando siempre algo nuevo que nos hable del aquí y ahora.

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